Cuando el celular sonó, no pudo respirar
por un momento. Sabía que esa llamada le podía cambiar la vida.
Él le había
prometido que iba a darle una respuesta, pero ella pensó: no quiero saber.
Miró el
teléfono ―llamada entrante,
Charles―; al verlo sonriendo en el fondo de
pantalla se acordó del momento en que ella le había tomado esa foto, fue un día de
febrero al atardecer y allí desembarcó con el recuerdo.
Se veía junto a él caminando por la arena.
El sol se estaba escondiendo, la playa casi vacía, el aire era impecable y les
sobraba felicidad.
Caminaban de la mano con los dedos entrelazados y parecían
flotar en su propia nube, pocas palabras, y mucha luz en la cara de ambos
cuando cruzaban miradas. Iban dejando sus huellas en la arena húmeda, mientras
que el sol incendiado ponía pinceladas anaranjadas en los rostros antes de
despedirse. Se sentaron en aquel tronco que sabía todos sus secretos de amor. Ella tenía muy presentes los ojos de él que eran capaces de atravesar sus
pensamientos; sus manos gruesas buscando todos sus rincones le quitaban el
aire, levemente, y se derretía.
¡Lo perdería todo! ¿Estaba dispuesta?
Otra vez ―llamada entrante, Charles―; y no
contestó.
Su cabeza giraba en torno a los pros y los contras de sus nuevas
condiciones.
Hasta ayer habían sido una pareja abierta, cada uno era libre de
tener otras historias y había funcionado bien, durante unos meses. Pero cuando
lo vio hablándole al oído a una compañera de trabajo de otro sector, supo que
no lo iba a tolerar.
Estaba decidida, y ese día antes de
despedirse le dijo: ―quiero exclusividad. ― Y sintió que le cambiaba las reglas a mitad del juego. ―Mañana
espero tu respuesta, ―se oyó decir a sí misma, pero en su interior había otra
voz que gritaba muy fuerte: ―¡No quiero perderte! ―y solo ella la escuchaba, sin
embargo, sus ojos también hablaban y no podía callarlos.
Había apostado fuerte, todo o nada, y ya le
dolía el arrepentimiento. ―Él no es perfecto aunque se acerca mucho al hombre de mi vida, ―mencionó para sí.
Y tarareó en silencio a Silvio,
"...no habla de uniones eternas
más se entrega cual si hubiera
solo un día para amar".
"...no habla de uniones eternas
más se entrega cual si hubiera
solo un día para amar".
Buscó ayuda en su diálogo interior, revisó
algunos párrafos del diario personal. Necesitaba aclarar su pensamiento, tomar
una decisión, analizar cuáles podrían ser las alternativas, la mejor y la peor
situación posibles, quería estar preparada para las dos.
Ojeó unos conceptos de la psicología
congnitiva, apareció Epicteto[i],
el griego; hasta que encontró valor.
Se miró en el espejo del corredor y se
dijo: ―Estoy dispuesta. Voy a escucharlo.
El espejo le sonrió, e inmediatamente atendió
la tercera llamada.
[i]Epicteto, filósofo griego, vivió parte de su vida como esclavo en
Roma. Falleció el año 135 d.C.
“No
nos perturban las cosas, sino las opiniones que de ellas tenemos”
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