miércoles, 27 de septiembre de 2017

La tercera llamada


Cuando el celular sonó, no pudo respirar por un momento. Sabía que esa llamada le podía cambiar la vida.
Él le había prometido que iba a darle una respuesta, pero ella pensó: no quiero saber.
Miró el teléfono llamada entrante, Charles; al verlo sonriendo en el fondo de pantalla se acordó del momento en que ella le había tomado esa foto, fue un día de febrero al atardecer y allí desembarcó con el recuerdo.
Se veía junto a él caminando por la arena. El sol se estaba escondiendo, la playa casi vacía, el aire era impecable y les sobraba felicidad. 
Caminaban de la mano con los dedos entrelazados y parecían flotar en su propia nube, pocas palabras, y mucha luz en la cara de ambos cuando cruzaban miradas. Iban dejando sus huellas en la arena húmeda, mientras que el sol incendiado ponía pinceladas anaranjadas en los rostros antes de despedirse. Se sentaron en aquel tronco que sabía todos sus secretos de amor. Ella tenía muy presentes los ojos de él que eran capaces de atravesar sus pensamientos; sus manos gruesas buscando todos sus rincones le quitaban el aire, levemente, y se derretía.
¡Lo perdería todo! ¿Estaba dispuesta?
Otra vez llamada entrante, Charles; y no contestó. 
Su cabeza giraba en torno a los pros y los contras de sus nuevas condiciones. 
Hasta ayer habían sido una pareja abierta, cada uno era libre de tener otras historias y había funcionado bien, durante unos meses. Pero cuando lo vio hablándole al oído a una compañera de trabajo de otro sector, supo que no lo iba a tolerar.

Estaba decidida, y ese día antes de despedirse le dijo: ―quiero exclusividad. Y sintió que le cambiaba las reglas a mitad del juego. ―Mañana espero tu respuesta, ―se oyó decir a sí misma, pero en su interior había otra voz que gritaba muy fuerte: ―¡No quiero perderte! ―y solo ella la escuchaba, sin embargo, sus ojos también hablaban y no podía callarlos.
Había apostado fuerte, todo o nada, y ya le dolía el arrepentimiento. ―Él no es perfecto aunque se acerca mucho al hombre de mi vida, ―mencionó para sí.

Y tarareó en silencio a  Silvio,
"...no habla de uniones eternas
más se entrega cual si hubiera
solo un día para amar".
Buscó ayuda en su diálogo interior, revisó algunos párrafos del diario personal. Necesitaba aclarar su pensamiento, tomar una decisión, analizar cuáles podrían ser las alternativas, la mejor y la peor situación posibles, quería estar preparada para las dos.  
Ojeó unos conceptos de la psicología congnitiva, apareció Epicteto[i], el griego; hasta que encontró valor. 
Se miró en el espejo del corredor y se dijo: ―Estoy dispuesta. Voy a escucharlo.
El espejo le sonrió, e inmediatamente atendió la tercera llamada.




[i]Epicteto, filósofo griego, vivió parte de su vida como esclavo en Roma. Falleció el año 135 d.C.
 “No nos perturban las cosas, sino las opiniones que de ellas tenemos”

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