lunes, 1 de mayo de 2017

Quejiditos



Ese verano, el gallinero era un lugar atractivo a la hora de la siesta. El espacio grande de patios, ombúes y galpones se achicaba en un instante al entrar al gallinero; eso sí, tenía que mirar al piso para no pisar el enchastre que hedía.
El gallinero me gustaba; cuando yo entraba, salían apuradas las gritonas protestando, ¡un escándalo! Solo quedaban en los nidos las que estaban empollando, valientes, estoicas, cacareaban para advertirme que del nido nadie las sacaba.
Un día me acerqué, como siempre, a la gallina colorada y escuché voces que no podía identificar, eran ruiditos suaves e intermitentes como si gotearan, casi sordos —no los píos que yo conocía—, vocecitas guturales apenas perceptibles. La colorada me dejó levantarla un poco del nido y todo quedó a la vista: cuatro bolitas temblantes y un huevo entero; había que esperar.
Hoy, vuelvo a escucharlos, sí, ¡los mismos sonidos! Vienen de la cuna de mi nieto que tiene tres semanas de nacido y está despierto, él es un pollito.


Guazuvirá
(Concurso de cuentos cortos).

No hay comentarios:

Publicar un comentario

A las ocho

Ya casi es la hora. Caminan por la calle ojos con sonrisas y charlas animadas que no quieren disfrazarse. Ocho menos cinco. Hago pl...