viernes, 19 de mayo de 2017

Ejercicio dinámico para conciliar el sueño

Verde inglés, estoy frente a la puerta del fondo, apoyo mi mano infantil en el picaporte de bronce con diseño de estrías en espiral.
Salgo al jardín y camino a la izquierda dejando el ceibo y el laurel blanco a un costado. La portera de madera, y ya estoy en el campo abierto. Voy descalza por la doble huella dejada por tantas idas y venidas.
A medida que me desplazo en forma paralela a las edificaciones ―los ojos tienen memoria― todo está ahí, a mi vista y así paso frente a las ventanas de los tres dormitorios en hilera y sigo caminando, respiro hondo para disfrutar, aún más, de la pureza del aire privilegiado. Enseguida aparece el lugar donde se carneaba a diario, en frente de la entrada al tambo. Hay terneros que reclaman en el brete cercano.
Los macachines amarillos forman grandes lunares sobre el pasto.
Veo el galpón de las máquinas con la enorme boca abierta como en un interminable bostezo y la pila de la leña (que siempre me resultaba difícil de escalar). Aparecen en mi trayecto las piezas de los peones alineadas bajo un alero y por último puedo distinguir claramente el chiquero un poco más lejos.
Cada uno de estos lugares guarda historias vividas, pero no me detengo.
Ahora sigo mirando el campo porque voy en la bajadita camino al arroyo.
Seguramente, antes de tocar con los dedos de un pie el agua que canta, ya me habré dormido.

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