viernes, 26 de mayo de 2017

El corredor

En todas las vacaciones la familia se instalaba en el campo.
Tanto en invierno como en verano el corredor inspiraba miedo. Antonio sabía que había que caminarlo rápido con riesgo de que un ser aspirador pudiera succionarlo desde atrás. Era largo y enhebraba de un extremo a otro a los cinco dormitorios de la casa, terminaba en el baño grande; en él las voces retumbaban siempre, pero a veces explotaba como verdadera bomba cuando la puerta del baño se cerraba sola por una corriente de aire.

De techos altos e iluminado solo por una ventanita chica ubicada en la mitad del recorrido, demasiado arriba para la vista de los niños y que daba al patio de atrás de la casa. Allí, cada mañana tempranito Susana hacía una de sus varias tareas provista del latón y de la tabla de lavar.
Con dieciséis años ella empezó a trabajar con esa familia numerosa (once miembros) y se hizo querer. La sonrisa, su estrategia mayor, era capaz de convencer a los más obstinados y así evitar rezongos de los padres.

Una mañana de verano, Antonio salió de la cama antes que sus hermanos y al pasar bajo la ventanita del corredor, rumbo al baño, escuchó voces que venían de afuera:
―Buen día ―y no reconoció el vozarrón.
―Buen día ―contestó Susana, seguramente queriendo sumergir la cabeza en el agua jabonosa porque era tímida y se ponía colorada casi siempre.
Antonio no pudo escuchar exactamente, pero pudo entender algunas palabras "disculpe, no vaya a tomar a mal, conocerla, su novio" y con esa última palabra se animó, estiró los brazos hasta que los dedos llegaron al borde de la ventanita, se colgó y pudo asomar los ojos a la abertura. ¡Era Rodríguez, el tractorista! No tenía todos los detalles, pero era suficiente; se fue al baño pensando a quién le diría esa información valiosa que solo él conocía; valoró posibilidades y decidió contarle a su madre. Ella le explicó que había que esperar y guardar el secreto. Pero fue inevitable el comentario entre los hermanos y al otro día, los más atrevidos entre risitas le canturreaban al pasar cerca "Susana tiene novio", y Antonio se sentía culpable.
En los días siguientes Susana se reía por nada, caminaba más apurada que de costumbre dentro de la casa, parecía que volaba. Hasta que llegó el domingo. Luego de los pedidos correspondientes, Rodríguez saldría a caminar con ella por primera vez. Él la esperaba en la puerta de la cocina y ella se había transformado en mujer: no tenía la túnica a cuadritos, ni el pelo atado. Los que alcanzaron a verla, la miraban dos veces porque llevaba pollera amplia floreada, remera roja y los labios del mismo color.

Antonio se sentó en la falda del ombú que estaba en la mitad del patio para no perderse de nada, todavía no podía entender el motivo de que salieran juntos, ¡si ellos no se conocían! Consideró que él tenía derecho, al menos, de ser testigo. Los siguió con la vista, ambos caminaban despacio y no se miraban, casi sin hablar pasaron la portera y siguieron hasta alejarse de las casas, se hicieron chiquitos y luego se perdieron detrás de la cuchilla verde.
Él sintió que había empezado a perderla.





viernes, 19 de mayo de 2017

Ejercicio dinámico para conciliar el sueño

Verde inglés, estoy frente a la puerta del fondo, apoyo mi mano infantil en el picaporte de bronce con diseño de estrías en espiral.
Salgo al jardín y camino a la izquierda dejando el ceibo y el laurel blanco a un costado. La portera de madera, y ya estoy en el campo abierto. Voy descalza por la doble huella dejada por tantas idas y venidas.
A medida que me desplazo en forma paralela a las edificaciones ―los ojos tienen memoria― todo está ahí, a mi vista y así paso frente a las ventanas de los tres dormitorios en hilera y sigo caminando, respiro hondo para disfrutar, aún más, de la pureza del aire privilegiado. Enseguida aparece el lugar donde se carneaba a diario, en frente de la entrada al tambo. Hay terneros que reclaman en el brete cercano.
Los macachines amarillos forman grandes lunares sobre el pasto.
Veo el galpón de las máquinas con la enorme boca abierta como en un interminable bostezo y la pila de la leña (que siempre me resultaba difícil de escalar). Aparecen en mi trayecto las piezas de los peones alineadas bajo un alero y por último puedo distinguir claramente el chiquero un poco más lejos.
Cada uno de estos lugares guarda historias vividas, pero no me detengo.
Ahora sigo mirando el campo porque voy en la bajadita camino al arroyo.
Seguramente, antes de tocar con los dedos de un pie el agua que canta, ya me habré dormido.

lunes, 8 de mayo de 2017

Colores y sexo

Salí de la facu y entré en la fotocopiadora. Necesitaba fotocopiar una cuadernola entera y quería ponerle tapas de plástico, además. Sí, es mucho más cómodo el uso del material encuadernado, pensé.
El pequeño comercio, atiborrado de todo tipo de cosas de papelería y más, era atendido por un hombre amable de menos de 40 años con pinta de ser el dueño. Otras personas, a mi lado, esperaban ser atendidas también. La comunicación era fluida entre cliente y comerciante, hasta que sobrevino el cortocircuito.

―¿Le ponemos tapas de plástico?
―Sí, buena idea.
 A continuación, un trueno fortísimo cayó dentro del local y sacudió la armonía de una mañana que prometía sol.
―¿De qué color querés las tapas, de varón o de mujer?
La pregunta me hizo mucho ruido, me descolocó, pensé que seguramente yo no había entendido la chanza, es que a veces no llego a descifrar, completamente, la ironía de los jóvenes.
―¿Es en serio? ―le digo, con una risita que no se concretaba.
―¡Sí, claro! Hay varios colores para elegir.
―¡Pero, cómo es posible que consideres hacer esa pregunta?
―Es que vienen muchos clientes que piden que el color de la tapa sea de mujer o de varón.
―No es mi caso. Esa idea la pusiste tú sobre el mostrador. Así están las cosas, y se reproduce el discurso aberrante de que los colores pertenecen a un sexo. Mostrás tu ideología, tu sistema de ideas aplicado, en este caso, a una simple carpeta y después nos quejamos porque...
Las palabras me brotaban sin que yo pudiera impedirlo desde un lugar profundo, lleno de luz,  y permanecían sobrevolando en espiral sobre nosotros.

Nadie más abrió la boca.
Salí a la calle sintiéndome satisfecha, caminaba apretando entre el antebrazo y el corazón la cuadernola violeta.



lunes, 1 de mayo de 2017

Quejiditos



Ese verano, el gallinero era un lugar atractivo a la hora de la siesta. El espacio grande de patios, ombúes y galpones se achicaba en un instante al entrar al gallinero; eso sí, tenía que mirar al piso para no pisar el enchastre que hedía.
El gallinero me gustaba; cuando yo entraba, salían apuradas las gritonas protestando, ¡un escándalo! Solo quedaban en los nidos las que estaban empollando, valientes, estoicas, cacareaban para advertirme que del nido nadie las sacaba.
Un día me acerqué, como siempre, a la gallina colorada y escuché voces que no podía identificar, eran ruiditos suaves e intermitentes como si gotearan, casi sordos —no los píos que yo conocía—, vocecitas guturales apenas perceptibles. La colorada me dejó levantarla un poco del nido y todo quedó a la vista: cuatro bolitas temblantes y un huevo entero; había que esperar.
Hoy, vuelvo a escucharlos, sí, ¡los mismos sonidos! Vienen de la cuna de mi nieto que tiene tres semanas de nacido y está despierto, él es un pollito.


Guazuvirá
(Concurso de cuentos cortos).

A las ocho

Ya casi es la hora. Caminan por la calle ojos con sonrisas y charlas animadas que no quieren disfrazarse. Ocho menos cinco. Hago pl...